LA EPIFANÍA DE LUCILA

Dr. Felipe Guerrero

Celebrábamos la Fiesta de la Epifanía. Era el mágico día en el cual recordamos que unos sabios extranjeros y paganos,  miraron con sensibilidad creyente la presencia en lo alto de una estrella y dejaron las comodidades de sus moradas a fin de emprender un largo e inseguro viaje para ir a buscar al anunciado Mesías.

Al llegar a una destartalada pesebrera en vez de sacar a relucir su sabiduría científica o a aportar novedosas explicaciones, abrieron su corazón al misterio de un Dios hecho niño y ofrendaron lo mejor que tenían.

En esta estación, nuestra hermana LUCILA RIERA DE LÓPEZ, partió en la embarcación que tiene la bandera de «APROFEP» para llegarse hasta la pesebrera del cielo, donde habita el Niño de Belén. «APROFEP» no fue para LUCILA una simple embarcación, fue la metáfora de una densa y profunda formación en la fe y la esperanza.

En estos días iniciales del mes de Enero, vestida con el traje de sus buenas obras, viajó hasta la tierra prometida, a esa tierra que es tan suya y por ese siempre peregrinó los limpios caminos que conducen al paraíso.

LUCILA integró el grupo de los que portaron el estandarte en las horas iniciales de la marcha de «APROFEP». Luego de su paso por este hogar «APROFEP» y alimentada con la formación propia del humanismo cristiano, LUCILA RIERA DE LÓPEZ profundizó en la certidumbre de que es mejor morir de pie, que vivir de rodillas. Y se echó a andar con la adarga bajo el brazo, y se fue a luchar y a construir una patria mejor, lucha de la cual no abjuraría jamás, por más que le viento soplara en dirección contraria.

Su peregrinaje terrenal fue una gesta hecha a imagen y semejanza de los sueños que había acariciado desde las aulas de «APROFEP». Aspiró el aire de la patria y luego se quedó dormida, el Día de la Epifanía, como los niños venezolanos que con el corazón acelerado,  cierran los ojos y esperan el soñado regalo que traen los Reyes Magos.

Como hermanos de «APROFEP», la fraternidad sigue ardiendo en nuestros corazones. La nostalgia y las lágrimas, dicen, son la cura que vence al olvido, porque la desmemoria es el caldo que cultivan los ingratos y LUCILA RIERA es por cierto la sonrisa abierta de la gratitud.

Y en la travesía del recuerdo, fluyen las imágenes sin tiempo ni espacio, porque los que nos sentimos hermanos, el amor se troca en ese extraño magma que se llama eternidad.

Al son del alma y al ritmo del corazón quedan los millones de recuerdos de quienes fuimos sus colegas y hermanos de ideal y de sus alumnos, los hijos del afecto a quienes enseñó que para ser libres es imprescindible ser cultos. Frente a los excesos del verbo, esgrimió la reflexión; frente al monólogo excluyente opuso siempre diálogo civilizatorio.

LUCILA: A la hora de tu partida a llevar tus ofrendas al Niño de la Pesebrera,  en tu vuelo de dulce peregrina nos has dejado el regalo envuelto en el valor de tus palabras, que tienen  la densidad del trueno porque están rubricadas por el testimonio de tu vida. En este momento necesitamos con apremio el oxígeno para que la memoria no nos haga olvidar lo que hemos sido.

Qué afortunados quienes fueron sus alumnos y quienes  la conocimos de cerca, los que pudimos comprobar a lo largo del tiempo su nobleza de espíritu, su sencillez, su férrea determinación, la genialidad y claridad de sus ideas, su disciplina para alcanzar los más profundos ideales y esa generosidad de espíritu al servicio de los demás.

Hoy estamos viviendo LA EPIFANÍA DE LUCILA