«MADRE: ¡BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE!».

Dr. Felipe Guerrero

En este tiempo los días despuntan con un viento que desnuda el azul de la mañana y  la vida se despierta extasiada en sus colores. En este mes de mayo, los árboles viven un apasionado idilio de ocres y rojos y los campos amamantan sus verdes incipientes, mientras,  el aire se llena con los latidos del valle y las cumbres se insinúan con trazos desusados.

Hoy en esta aldea celebramos el Día de la Madre.  «Ella sigue siendo el único rito que no cambia con las distintas religiones; sigue siendo la única Embajadora de la Suprema Abnegación y desde el Paraíso hasta hoy, a través de la sangre, es el único surco que no ha dejado de regalarnos flores».

En estos días me topé con una respetable abuela de mi aldea. La encuentro tan parecida a mi progenitora. Como mi madre, sus dedos no pueden escribir porque están desgastados por la piedra de moler y con la piedra de lavar la ropa. Siendo muy joven me vi obligado a salir de La Grita. Allá se quedó mi madre viviendo su soledad con la única compañía de los viejos repiques de las antiguas campanas. Siempre decimos con el bardo: «¡Oh campana de mi aldea… Doliente en la tarde calma… Cada campanada tuya… Suena dentro de mi alma!».

Ya en esos días de mi partida en busca de nuevos horizontes, sus pasos estaban cansados de tanto andar, gastadas sus manos de tanto trabajar, su hermosa cabellera ya estaba pintada de blanco y los años se habían encargado de nublarle la vista.

Con del paso del tiempo, en cierta oportunidad le pregunté acerca de su tristeza por nuestra separación y me dijo que «Siempre estoy triste porque siempre te extraño».

El día que me fui de La Grita, fue el desgarro de alguien que deja una parte de sí mismo, fue la metáfora de la pérdida, en esa hora dejé un tajo de mi alma, por eso en esa  partida me llevé a mi madre y a mi aldea en el corazón.

Hoy después de tanto tiempo, tengo un hogar, tengo una esposa y tengo  unos hijos que son nietos de aquella mujer de pasos cansados y tengo unos nietos que son bisnietos de esa mujer de vista nublada que nos sigue mirando desde más allá del sol, porque siempre está presente como cuando di mis primeros pasos. Bendita esa mirada que me sigue acompañando.

«Cuando más tarde le pregunté acerca de esa tristeza, mi madre dijo que estaba triste porque me extrañaba a toda hora». Y así, «Ella colocó mi vida fuera del tiempo, en la dulce vecindad de la eternidad».

Esta patria tiene una herida incurable. Una parte considerable de sus hijos han tenido que abandonar su propio hogar, en busca de la  libertad y para desarrollar su proyecto de vida.

En el DIA DE LA MADRE, quiero dedicar esta reflexión a esa parte inseparable de Venezuela que vive, trabaja, progresa y espera lejos de su lar nativo. Desde el inicio de este éxodo masivo las madres venezolanas se han arriesgado, han acompañado, han dado aliento y fe a esa patria joven que ha tenido que desgarrarse o que han sido desgajados de la tierra que los vio nacer.

En esta fecha, las madres venezolanas padecen el enorme dolor del exilio.

Duele y nunca se cura la herida de la separación de la familia y de los amigos. Cuando pensamos que nunca más volverá a ser como antes, que miles y miles murieron sin poder tener al lado a sus hijos o sin poder cerrar los ojos para siempre a sus padres y abuelos. Duele no ver crecer a los nietos y no acompañar en su envejecer a los mayores de la casa. Duele el tener que salir por cualquier vía  y jamás regresar a la familia, a la aldea, al barrio, a los amigos.

Hoy en Venezuela,  la celebración dedicada a la madre,  se ve enlutada por un vuelo de nostalgia que ensombrece la tibieza del cielo y un torrente de lágrimas inunda sin remedio su mirada.

La celebración dedicada a la madre, obliga a deshojar la armonía del arcoíris  y un montón de nubes taparán el horizonte impidiéndole que siga atrapando niebla entre los dedos y frenando su invisible ascenso por escalas de silencio hasta las más altas horas del mediodía; porque hoy  en esta aldea, las madres recuerdan su día con el alma fracturada.

Hoy para las madres venezolanas será un día de claros y sombras para sus ojos; una lucha desigual en sus retinas que buscan captar luceros y sólo encuentran nubarrones.

Los minutos son ahora una sucesión de relámpagos y tempestades porque las madres sienten que se les va el sol, que se les va el sol entre las manos.

¡Cuánto duele la soledad de las madres de mi patria en la fecha que recuerda su día pero que apenas es una noche sin luna que les alumbre y sin estrellas que les acompañen!.

Con Andrés Eloy, cantamos a la mujer: «Madre, como la tierra, generosa y eterna, guarda en tu vientre vivas sementeras; que arrecien los dolores en cada nuevo invierno…Tú los devolverás en primaveras.

Madre, en este coloquio feliz, de mi regreso dos cielos bendigamos: La patria, donde nuestro corazón está preso; la madre, que es la patria que primero habitamos».

MADRE: ¡BENDITO ES EL FRUTO DE TU VIENTRE!.