En esta estación de magia y de ensueño regreso a mi aldea. La Grita nos espera envuelta en una ruana de neblina fría y con olor a café, a almojábanas y a quesadillas. Cuanta nostalgia volver a ese paraíso de mi niñez para acercarnos nuevamente a la plaza de los saberes a oír las eternas y nuevas lecciones del maestro Jáuregui. Cuantas veces, siendo muy niño, atravesé esa plaza acompañado con mi «Nona Margarita» que me llevaba de la mano a la vieja Escuela «Padre Maya». Ese era un templo tan «grande como el mundo».
Allí nos esperaban maestras y profesores que nos regalaban múltiples enseñanzas. Ahí aprendimos a hablar, a socializar, a jugar… ¡Qué privilegio, haber contado con esos maestros que acumulaban tantos años de vida pero como portaban ojos de esperanza ellos renovaban continuamente su juventud!..
En esa escuela aprendimos que «No es lo que uno tiene lo que hace lo que nos hace persona, sino que lo que hacemos por los demás es lo que nos identifica como persona», por eso al saber que el Doctor RICARDO MÉNDEZ MORENO se marchó de La Grita para irse a vivir a la patria del CRISTO DEL ROSTRO SERENO, recordé que «Las buenas personas son como las velas, que se queman para dar luz a los demás».
El paisano RICARDO MÉNDEZ vivió la vida con entrega y convicción. Existe una conocida trilogía según la cual una persona debe considerarse exitosa cuando en su peregrinaje por la vida ha escrito un libro, ha plantado un árbol y ha engendrado un hijo. Nuestro paisano RICARDO que supo escribir muchos libros, que desarrolló habilidades de jardinero y tuvo hijos, vivirá en cada libro, en cada árbol, en cada uno de sus hijos, pero además su existencia se verá prolongada en cada vida que salvó como excelente médico, pero aun así lo extrañaremos.
RICARDO MÉNDEZ era un hombre de fe y durante toda su vida procuró ser consecuente con lo que creía. Esa consecuencia la manifestaba en el valor de la lealtad, porque tal como lo señaló Ortega y Gasset «Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás».
RICARDO MÉNDEZ demostró durante toda su vida ser un hombre leal. Leal a Dios, a quien aprendió a amar desde pequeño en el seno de una familia cristiana; leal a su vocación de excelente médico en donde se santificó llevando salud a todos de manera particular a los más necesitados. Colocó su vida al servicio de su misión, en las distintas etapas de su existencia.
El Señor alaba a quienes le son leales. ¡Muy bien, siervo bueno y fiel! les dice a los servidores que supieron administrar los talentos que les había confiado (Mateo 25, 21). RICARDO MÉNDEZ recibió muchos talentos del Señor, y supo utilizarlos al servicio de los demás. Su lealtad se manifestó en su franqueza, su honradez y su profesionalidad. Puso al servicio de la verdad toda su capacidad y conocimiento científico.
RICARDO MÉNDEZ tuvo iniciativa, espíritu de innovación, apertura para entender los nuevos desafíos que presentaba el desarrollo del siempre cambiante mundo de la ciencia. Los frutos de su trabajo son patentes y la obra desarrollada es el mejor testimonio.
RICARDO MÉNDEZ fue un auténtico testimonio de servicio cristiano. Durante todo su peregrinaje terrenal puso en práctica esta categoría central de la antropología cristiana, que leemos en el Numeral 24 de la Constitución Gaudium et Spes: «El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Su fidelidad y su profesionalidad eran vividas con un interior desprendimiento de sí mismo, con un deseo sincero y eficaz de servir a los demás. Todos lo recordamos por su espíritu de iniciativa y su generosidad.
Nos imaginarnos el abrazo lleno de ternura que dará en el Cielo al Cristo del Rostro Sereno. Seguiremos rezando por él, con la certeza que el Señor sabe premiar con generosidad a sus siervos buenos y fieles.
El médico procede de Dios, crece en el corazón y se perfecciona con la luz natural de la experiencia. Se asegura que «En ningún sitio es el amor más grande que en el corazón de un médico». Hermosa expresión que nos devuelve a la realidad de la profesión médica como oficio de sanar; de reducir el sufrimiento de nuestros semejantes y de contribuir a su bienestar.
Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, respetarlo y admirarlo, tenemos la certeza de que su existencia no ha terminado ni se ha extinguido con su partida; es más, estamos seguros que la llama encendida con su actuación de servicio se extenderá por toda la sociedad.
Partió a las moradas del cielo RICARDO MÉNDEZ MORENO. Silenciosamente se fue, gran amigo, siempre pendiente de la patria chica y de su proyección en la Venezuela grande.
Al batir el pañuelo de las despedidas le decimos: Gracias por tantos servicios prestados. La lluvia que cayó sobre la villa no vino por azar, vino a anunciarnos tu partida. Amigo: Quedan muchas quedan cosas pendientes…
Te nos vas mientras esta tierra lindero de la patria está inundada de frío, de llovizna y de soledad. El firmamento entero lloró por tu partida, gran amigo, gran hijo, gran hermano, gran médico, gran padre
RICARDO MÉNDEZ MORENO: Con Andrés Eloy proclamo: «Y ahora estás, como tu vida entera, / así tan honda, así tan compañera, / así tan natural como la muerte, / y así ha de ser tu claridad sin mancha, /pues para merecerse y merecerte, el tiempo es largo y Venezuela es ancha».
RICARDO MÉNDEZ MORENO: En esta hora te digo: «No cierres los ojos / porque me ennochezco, / no cierres los labios / porque me ensilencio».¡GRACIAS RICARDO MÉNDEZ MORENO!, un médico «CON CORAZON ABIERTO»