Cada año, por este tiempo de primavera en el hemisferio sur, se reencuentra la sociedad tachirense con los integrantes de la Academia de la Historia para recordar con gratitud que un Ocho de Octubre de Mil Novecientos Cuarenta y Dos, nació el Centro de Historia del Táchira, prestigiosa institución que es elevada a la categoría de Academia de la Historia, el Veintitrés de mayo de Mil Novecientos Noventa y Uno.
En esta oportunidad, en ocasión de la celebración del Octogésimo Aniversario de esta egregia corporación, los Individuos de Número de la Academia, nos congregamos con la distinguida representación del mundo de la ciencia y la cultura, no simplemente para cumplir una obligación formal del mundo académico, ni para cubrir un evento protocolario más de la vida social. Por encima de la solemnidad con la cual se desarrolló esta ceremonia, todos los presentes nos revestimos con la toga y el birrete de la esperanza, porque las actividades que desarrolla la Academia de la Historia, solo cobran pleno significado si lo vivimos y lo sentimos como la renovación de un compromiso activo, tanto personal como colectivo, en la convicción de cumplir con la misión que la sociedad ha encomendado a la Academia.
Un prestigioso historiador de nuestro continente asegura que «La historia sirve para imaginar a dónde queremos ir». Más que un espejo del pasado, la historia sirve para imaginar futuros. Corresponde a los historiadores enseñar sobre el pasado, pero sobre todo estamos obligados a ofrecer elementos para recordar que, si antes hubo personas capaces de diseñar sus horizontes, hoy también podemos hacerlo.
Marco Tulio Cicerón, el Escritor, político y orador romano que nació en el año 106 A.C. afirmó con razón que: «No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños».
El título de esta reflexión se lo pedí prestado a Mario Benedetti, quien en el año Dos Mil Cuatro publicó la obra«MEMORIA Y ESPERANZA», un mensaje dirigido a ,los jóvenes por un hombre con más de Ochenta años, que pretende hacer ver cuáles son los deberes que tenemos como seres humanos para lograr los cambios posibles.
Esa ha sido y sigue siendo la gran tarea de la Academia de la Historia.
En su hora inicial, el Ocho de Octubre de Mil Novecientos Cuarenta y Dos un grupo de visionarios toma la lámpara de la esperanza para iluminar a las nuevas generaciones, los caminos de esta tierra lindero de la patria.
El Salón de Lectura es el templo donde se bautiza la naciente institución apadrinada por el Presbítero José Edmundo Vivas quien la preside y cuya Junta Directiva la integran José Ascensión Trujillo, Sixto Sánchez, Marco Figueroa, Luis Felipe Ramón y Rivera, Armando Rojas, José Fulgencio Gutiérrez, Alejandro Rojas, y el joven sacerdote Raúl Méndez Moncada.
Estos pioneros dictaron la clase inicial en esta escuela de Memoria y Esperanza.
Con razón el historiador Thomas Carlyle asegura que «Puede decirse que el grito de la historia nace con nosotros y que es uno de nuestros dones más importantes. En cierto sentido somos históricos todos los hombres».
Raúl Méndez Moncada, el más joven del grupo que integró la Primera Junta Directiva del Centro de Historia del Táchira, será el último Presidente de la institución ya que el Veintitrés de mayo de Mil Novecientos Noventa y Uno, mediante decreto de la Gobernación del Estado Táchira, la institución es elevada a la categoría de Academia y Monseñor Raúl Méndez Moncada ocupa la Presidencia de la recién creada Academia.
Hoy luego de Ochenta años, la Academia de la Historia sigue siendo antorcha, sigue siendo signo de esperanza. Lo es ante el mundo académico que hace investigación y lo es ante la juventud que asiste a sus espacios a realizar consultas. Con vocación de maestros, entregamos a las nuevas generaciones todo nuestro apoyo y le abrimos ventanas de aire fresco para que renueven su amor por esta tierra.
En el Octogésimo Aniversario de esta institución, síntesis del mejor quijotismo e idealismo, hacemos nuestro el pensamiento de Gandhi: «Cuando me desespero, recuerdo que a través de la historia, los caminos de la verdad y del amor siempre han triunfado. Ha habido tiranos, asesinos, y por un tiempo pueden parecer invencibles, pero al final, siempre caen».
La Academia de la Historia es la institución de la MEMORIA Y LA ESPERANZA.