
La colina donde fue crucificado JESÚS DE NAZARETH se encontraba fuera de las murallas de Jerusalén. Esa elevación se conoce como el Gólgota, que significa «Lugar de la Calavera» en griego y «Calvario» en latín.

Ese cerro por ser una elevación natural y por el curso irregular de la subida, presentaba serias dificultades para ascender, por ser tramos muy empinados.
El relato evangélico muestra los tropiezos que padeció Jesús en ese difícil ascenso. El camino del inocente cargando con la cruz duró varias horas, por su estado de agotamiento a causa de la flagelación y por el propio peso del madero.
Los soldados ven la debilidad del condenado a muerte, pero querían que el inocente llegara hasta el lugar de la ejecución. Cristo sigue solo en medio de la gente. No hay ningún amigo que le ayude a llevar la cruz. Hay demasiadas cobardías y miedos.
Relatan los evangelistas que, ante la fragilidad del salvador, los soldados obligan al Cirineo a ayudar a cargar la cruz. Este hombre regresaba de su trabajo y se encuentra con la marcha de un condenado que camina con ese madero en donde va a morir. Los militares usan su derecho de coacción y obligan a este campesino a colaborar con el traslado de la cruz.
Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo caminó junto al inocente y lo socorrió.
En mi aldea hay una colina que es mucho más elevada que El Gólgota. En las afueras de La Grita se levanta una elevación orográfica del terreno que todos conocemos como «La Espinoza». Desde nuestra lejana infancia, cada año, el Jueves Santo ascendemos a la cumbre de «La Espinoza» porque esa escalada hasta la cima a más de mil quinientos metros de altura nos permite compartir con nuestros vecinos de La Grita y reflexionar sobre las dificultades del Nazareno en su amoroso ascenso al Calvario. De esa lejana niñez recuerdo que, en mi aldea, durante la Semana Mayor, la feligresía católica participaba activamente en variadas actividades. En las procesiones, las imágenes recorrían las calles trasladadas en andas procesionales que, con gran fervor religioso, cargaban los hombres. En el ascenso del Vía Crucis hacia la cumbre de «La Espinoza», también el madero de la cruz era trasladado por hombres. Hoy ese papel de cargar la cruz, lo han asumido valientemente las mujeres. Me alegra cuando veo a las mujeres que son capaces de aceptar sin temor todos los retos. Ayer fueron las mujeres las que se quedaron al pie de la cruz en el calvario y cuando la cobardía dispersó a todos, fueron ellas las que acompañaron al crucificado hasta la sepultura. Crecí al lado de «Mi Nona», mi madre y mi hermana, eso me hace sentir un profundo respeto y admiración por la mujer. Con ellas caminé gran parte de mi vida y de ellas aprendí hermosos testimonios propios de la valentía de la mujer. Hoy al recordar el ascenso a «La Espinoza», cierro los ojos y las encuentro en las habitaciones de mi memoria. Ellas siempre están allí, haciendo las cosas que les gustaba hacer como recitarle letanías a nuestra madre del cielo. Desde que se fueron a la patria celestial, conservo sus imágenes siempre frescas como cuando subíamos a «La Espinoza». Ahora vuelvo a escalar la cumbre de «La Espinoza». Le pido al Nazareno que bendiga a las mujeres que cargan miles de cruces. Pido por todas las mujeres, doy gracias por sus vidas y ante el crucificado, antes de hacer una genuflexión de despedida y me quedo con el trino de los pájaros que es el único sonido de fondo que hay en esta colina de La Grita. Como no recordar a esas mujeres que nos dieron el ser y nos depositaron en el mundo. A las mujeres madres a quienes noche tras noche la privamos del sueño. Esa mujer que se quitó de la boca el alimento que nos apetecía. Que nos guardó de los males que acechaban nuestro entorno, que nos peinaba a la perfección y que empujó, hasta lo más alto, el columpio de ilusiones que llevamos dentro. En estos días cercanos a la Pascua, conviene recordar que el mensaje de Jesús anunciando que había resucitado, se lo confió primero a las mujeres. Ya antes, otra mujer a quien conocemos como La Samaritana es la primera en reconocer a Jesús como el Mesías y ahora María Magdalena será la primera en reconocer a Cristo Resucitado. Tiempo justo para proclamar como Cristianos el trascendental papel de la mujer. Muchas veces aparecen como una nube de invisibles, en una penumbra servicial inadvertida, En este pueblo de Dios, las mujeres viven heroicamente lo ordinario, han engrandecido la cotidianidad con una increíble laboriosidad y con una profunda mística. En nuestra comunidad Cristiana, las mujeres cumplen extraordinarias tareas y su quehacer siempre está perfumado por una profunda y sencilla espiritualidad, tejida en el trabajo y transida de sensibilidad con la presencia del Resucitado. Así son las «MUJERES DEL CALVARIO»
Luis Herrera