En esta estación, cuando las tardes se inclinan para dormir, mientras la brisa baja sobre mi aldea, los vientos traen noticias desagradables que despeinan los bucles de la esperanza. Me cuenta el viento paramero que se marcha otro amigo. Vivió su Pascua de Resurrección nuestro compañero de ideales Pedro Pablo Aguilar. Inició su ascenso hacia la patria de la eterna primavera y tengo la certeza de que una vez en el pico de la elevada cumbre se reunirá con los otros amigos que han llegado antes. Es el reencuentro de la comunión de los santos, porque todo cristiano, para dar abundante fruto, debe crecer injertado en la vitalidad inagotable de la unión y de la solidaridad con los otros.
La partida de Pedro Pablo Aguilar nos obliga a revisar su vida que nos sirve de acicate y estímulo para renovar nuestra fe en los ideales del humanismo cristiano y al repasar los principios que nos llevan a levantar la mirada para asegurar que es posible luchar, que es posible soñar despierto, si nos deslastramos de acomodos, de quejas y de lamentos, para que hoy, nuevamente limpios de reproches, podamos reemprender la marcha una vez más, en este peregrinaje ligero, sin vacilaciones y con la decidida determinación de construir un paraíso en la tierra, antes de pasar al paraíso celestial.
A la hora de su resurrección, Pedro Pablo Aguilar nos exhorta a continuar luchando, con los ojos iluminados de alba, para dirigirla sobre la distancia inalcanzable y de esta forma su brillo denotará la certeza que avanzamos de nuevo, esta vez por la ruta donde convergen en posta, diversa y plural, los que construyen los cambios y dejan huellas perennes más allá de los sueños.
En su obra «Esto es un Hombre», su autor Primo Levi hace una descripción que dibuja perfectamente la personalidad de Pedro Pablo Aguilar. Dice el escritor que: «Un Hombre Integro es un ser sencillo, humano, servicial, humilde, firme y flexible…»
Se afirma que «Un partido es obra de la fe de muchos, de la esperanza de muchos y, por excelencia de la constancia de muchos. Un partido comprende hombres y mujeres. Agrupa a doctos e iletrados. En la construcción de un partido hay quien interviene en los afanes de la puesta de los cimientos; quien se incorpora a mitad de la obra; quien asiste en el tiempo del remate. Y… Quien, coopera todavía después»
Pedro Pablo Aguilar intervino como alarife colocando los cimientos para la construcción del gran edificio de la democracia venezolana. Luego participó como nuestro maestro y con el aprendimos a hacer encofrados para construir moldes con variados materiales en hermosas lecciones de respetuoso pluralismo, nos asistió en los históricos momentos del remate y hoy desde el cielo va a cooperar por devolver a la patria un sistema de libertad y de democracia.
Pedro Pablo Aguilar fue un ferviente defensor de la formación ideológica. Como maestro del ideal nos acercó al entrañable pensamientos de Jacques Maritain y de Emmanuel Mounier, porque como dijera José Ingenieros: «Cuando ponemos la proa visionaria hacia una estrella y tendemos el ala hacia la excelsitud inasible, con afanes de perfección y rebeldes frente a la mediocridad, llevamos en el alma el resorte misterioso de un ideal»; por eso lo encontramos en el 10 de julio de 1962 fundando el Instituto Internacional de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) junto a Arístides Calvani, Enrique Pérez Olivares y Valmore Acevedo Amaya.
En el mes de julio de 1975 nos acompaña a protocolizar ante la Notaria Pública Primera de San Cristóbal, el Acta Constitutiva de la Fundación «Rerum Novarum». El histórico documento es firmado por el sacerdote Luis Ernesto García como Presidente, el médico Francisco Romero Lobo, el también médico José Antonio Rad Rached y el abogado Edgar Flores Pérez.
Ahora que me corresponde presidir la Fundación «Rerum Novarum», esta valiosa herramienta de Formación Ideológica quiero hacer una alabanza expresa a Pedro Pablo Aguilar.
Al batir el pañuelo de las despedidas le digo a Pedro Pablo Aguilar: Aquí estamos y aquí seguimos. En esta hora puedo parafrasear el empeño de los hombres nuevos para decirle: «De un país que será nuestro, canto las esperanzas y lloro la poca fe». El magisterio de su ejemplo y de su honestidad dejó en mí una huella imborrable. Su impronta es honda en nuestra generación. Su sencillez y su humildad permitieron que fuera un moderador de nuestras inquietudes juveniles. Por eso no creemos en las pistolas, porque el hombre se ha hecho para la vida y no para la muerte. No creemos en la miseria. De un tiempo que ya es un poco nuestro, canto las esperanzas».
Con Pedro Pablo aprendimos a luchar por ideales. No tenemos el lastre de recuerdos inútiles, ni de viejas pasiones. No vamos a la zaga de antiguos tambores. Nos iluminan los faroles del ideal.
Pedro Pablo: Gracias por tu amistad, por tu cariñosa compañía, por ayudarnos a ser mejores personas, por tu fe, por dejarnos un recuerdo tan limpio, tan honesto… Gracias. PEDRO PABLO: HASTA SIEMPRE.
Marino Azcárate
William J Diaz
Luis Herrera