LA COSECHA DE LOS NIETOS  

Dr. Felipe Guerrero

En estos días vivimos largos momentos de interminables lluvias… Tercamente no deja de llover. Muy al amanecer al mirar la calle desde la ventana de «La Fortaleza» parece como si se hubiese roto un gigantesco espejo y sus pedazos, en el suelo, reflejan trozos de esa inmensa bóveda celeste que cubre nuestra aldea. Con sólo elevar la mirada nos encontramos con un cielo cubierto de nubes. Ya decía Azorín que «Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son – como el mar -, siempre varias y siempre las mismas. Sentimos, mirándolas, cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas – tan fugitivas -, permanecen eternas».

A esas nubes, que ahora observamos, también las miraron nuestros antepasados. Ya esos antecesores no están peregrinando con nosotros, pero las nubes, todos los días, siguen caminando por el cielo. Afirma el poeta Campoamor que «Las nubes nos ofrecen el espectáculo de la vida». La existencia, no es sino un juego de nubes.  «Vivir -escribe el poeta- es ver pasar», pero vivir es ver volver. Es el retorno perdurable y eterno; como estas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas…».

En estos días, hubo un amanecer en el cual cesó la lluvia. «Escampó» como decía «Mi Nona» y en ese momento por los nietos y en nombre de los nietos, después de mucho tiempo, abuela y abuelo, tomados de la mano volvimos a la Universidad. Regresamos al aula magna de la querida Universidad Nacional Experimental del Táchira. En nuestra  memoria están presentes todas las experiencias que vivimos como maestros con muchos discípulos a quienes consideramos hijos del afecto. Volver a la Universidad con los nietos y por los nietos nos permitió reencontrarnos con generaciones tan lejanas en el tiempo, pero tan cercanas en el corazón y estar con ellas nos permitió volver a mirar las nubes de paz y de armonía que siempre encontramos en la «Casa que vence las sombras».

Fuimos al templo del saber para compartir la ceremonia de la recepción del Título de Ingeniero de uno de nuestros nietos. Al ingresar a la Universidad recordamos un viejo cuento de la infancia en cuyo relato, un humilde muchacho, llamado Aladino, tenía una lámpara que en un principio creyó inservible pero cuando la hizo brillar surgió de ella un Genio que tenía el poder de conceder grandes anhelos.

Pues bien, todos poseemos ese farol. Ese candil  está dentro de nosotros pera hay que buscar el espacio propicio para atizar la flama y avivar el fuego, porque los fuertes y destructivos vientos huracanados que aparecen en el ambiente buscan apagar la llama.

A Luis Felipe, el nieto Ingeniero le resultó imposible recibir personalmente el galardón conseguido luego de muchos esfuerzos. «El Morocho» está distante físicamente de esta aldea, porque se fue a encender la lámpara de sus sueños más allá de los linderos de la patria. Hace varias lunas partió convencido de que los logros no se consiguen sólo frotando una lámpara, sino que toda victoria es fruto de la voluntad, porque al fin y al cabo «Las medallas de oro están hechas de sudor, sangre, lágrimas y esfuerzo».

Ahora esa inmensa Aula Magna de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, era un amplio escenario, repleto de rostros juveniles como el gran mural de la patria nueva. Las autoridades universitarias colocaron la certificación legal del título de Ingeniero en las manos de Luis Gerardo,  el otro «Morocho» que acaba de concluir su Licenciatura en Contaduría. Se juntaron las manos juveniles para recoger la cosecha de una larga siembra. En ese acto, los abuelos entendimos perfectamente la expresión del poeta Ralph Emerson quien asegura que: «El éxito consiste en obtener lo que se desea y la felicidad, consiste en disfrutar lo que se obtiene».

Desde que Luis Felipe llegó a nuestra familia amorochado con su hermano Luis Gerardo, cambiaron de plano nuestras vidas. A partir de esa hora aprendimos a ser abuelos. Cuando se es padre o madre descubrimos que el amor por los hijos es maravilloso, pero cuando somos abuelos logramos descubrir que el sentimiento por los nietos es el amor más perfecto que hemos conocido en la vida. Por eso hoy celebramos los triunfos de los nietos

A pesar de las interminables lluvias, le cantamos al cielo cubierto de nubes. Ya llegará la hora de volvernos a encontrar. En el porvenir, nos aguardan grandes  aventuras.    

Mi «Nona» decía que para poder recoger abundantes frutos es necesario preparar el suelo, sembrar la semilla, cultivarla con cariño desbrozando las malas hierbas y regando los sedientos campos. Este es el principio fundamental de la ley de la cosecha.

Nietos: En la hora de la siega y del acopio de la cosecha conviene que cantemos de esperanza. Próxima está la estación en la cual la vida entrelazará las nuestras nuevamente, donde los días volverán a brillar y juntos volveremos al jardín de «La Fortaleza» para contemplar en familia, la sombra del árbol frondoso, mientras los pájaros se anidan en sus ramas. Sigan cosechando, sigan creciendo fuertes como el roble que se levanta contra las tempestades, para que puedan enfrentar las dificultades de la vida.

A la hora de la recolección, damos Gracias a Dios por sus frutos… Hay valores perdurables, inmortales, infinitos, perpetuos. No olviden que las nubes que parecen tan fugitivas, permanecen eternas. Damos Gracias a Dios por «LA COSECHA DE LOS NIETOS»