En una fecha como hoy hace quince lunas, vivimos una hora de singular vibración. Ese día lo registramos en los pliegues del alma, porque en esa fecha nuestra existencia cobraba nueva profundidad y un sentido diferente: Nacía nuestra nieta. Ya con antelación habíamos vivido la hermosa experiencia de «Los Morochos» y ahora con tres nietos era algo indescriptible, de emoción profunda y sensibilidad infinita.
El título de abuelos nos llegó con «Los Morochos». Luego se amplió la felicidad cuando nos dijeron que íbamos a tener una nieta. Nadie sabe lo que esa palabra conlleva hasta que no tiene a su nieta en los brazos. De jóvenes pensábamos que, tras haber tenido hijos, no había una sensación igual pero sí, hay una sensación novedosa: La de tener una relación abuelos-nietos.
Da igual el día que hayamos tenido que vivir o lo bien o mal que vayan las cosas; la sonrisa de un nieto siempre nos va a cambiar el humor, nos va a alegrar el momento, nos va a hacer fijarnos en esos detalles en los que no nos habíamos fijado antes, vamos a apreciar mucho más las caricias, las miradas y las palabras… En definitiva, Tener nietos nos hace felices.
Hoy cumple Quince Años «MARIANGELA». Toda una existencia de singulares vivencias que hemos venido registrando y archivado en la libreta del corazón que es donde se guardan las emociones junto a la complicidad de los abrazos, de los besos, de los gestos de cariño que no se pueden escribir a puño y letra, porque eso sólo se aprende en las clases de ternura.
Muy pequeña «La Chiqui» se recostaba en la quietud de las tardes serenas, para compartir las fantasías de millonarios cuentos infantiles y desde «La Fortaleza» divisábamos a lo lejos el verde azulado de los cerros de estas montañas andinas y atisbábamos el cielo lejano e infinito donde se arremolinan las nubes del atardecer; por eso en esta hora, a los abuelos apenas nos sale del alma darle gracias a Dios por la vida de «MARIANGELA» y agradecerle a Nuestra Señora de Los Ángeles por cuidarla y acompañarla en este peregrinaje que ha sido como un capullo de rosas que danzan al compás del viento.
Son quince años que representan millones de primaveras; los hemos visto pasar en medio de la espesura del tiempo, que hoy la tamizamos en evocaciones, anhelos y afanes donde la edad se torna etérea en medio de la inmensidad de los recuerdos de las historias vividas.
El amor a los nietos es el último gran amor del ser humano y el que nos permite sentir lo positivo de haber vivido. Ese tercer amor es intransferible cuyo sentimiento no puede pasar a otros, porque fluye con nuestra propia sangre.
Al nacer sentimos el primer amor intransferible que es el amor a nuestra madre y por eso decimos «Madre… Solo hay una». Fruto de ese amor, nacen otros sentimientos transferibles, como el amor a nuestra pareja. Cuando tenemos un hijo, volvemos a sentir el amor intransferible y al final de nuestro recorrido llega el tercer amor intransferible que son nuestros nietos y que representan la continuidad de la marcha interminable de nuestra propia sangre, la nueva rama que como nosotros nace y crece del árbol genealógico, del que hemos sido formados y al vernos envejecer, con el paso del tiempo, los nietos, con su nueva savia, transportan nuestros sueños y nuestros caracteres.
Gracias a Dios festejamos los Quince Años de «MARIANGELA», la nueva savia familiar.