«EL JARDINERO DE QUENIQUEA»

Dr. Felipe Guerrero

La estrecha familiaridad que compartimos con «DON APARICIO MOLINA» como le llaman en Queniquea o del «CABO MOLINA» como lo identifican los pobladores de San Pablo o Mesa del Tigre, me permite asegurar en esta hora de su nacimiento a la vida eterna que este hombre fue para muchos un incomparable maestro y un inolvidable líder comunitario. Al recordar su figura patriarcal, me resulta muy grato evocar las múltiples experiencias de combate que a su lado libramos por esta tierra de frontera; por eso en la fraternal proximidad, prefiero llamarlo «EL JARDINERO DE QUENIQUEA»

Cuando alguien importante en nuestra vida, viaja a la patria azul del cielo, hay  algo que no se lleva… ADRIAN APARICIO MOLINA no se lleva los recuerdos cargados de lucha que nos  deja. Esos recuerdos son lecciones de existencia pura e inocente y en consecuencia una vida transparente y auténtica.

El «CABO MOLINA» dejó una estela muy difícil de borrar. En este momento estamos al lado de Doña Ligia de Molina, de sus hijos: Yoly, Gerardo, Gerson y Jesús Molina Jaimes, así como de todos sus familiares en un peregrinaje de silencio. Este acompañar en silencio va cargado con la fuerza de la oración, porque somos militantes de la Resurrección y creemos en la Comunión de los Santos a los cuales pertenece «DON APARICIO MOLINA» Es un silencio entre voces, una mirada sin ser vista, una presencia de agradecidos recuerdos, una sonrisa jamás olvidada, una amistad con lazos eternos.

Al elevar esta oración de gratitud al Dios de la vida por habernos dado estos luchadores que volaron al cielo como adelantados de la luz, sabemos que desee allá nos seguirán acompañando e  iluminando los caminos para que nuestra tierra de frontera sea puntera en los destinos de esta nación y nuestra patria puntera en los destinos de la humanidad.

Como no recordar los inicios de la década de los años Mil Novecientos Setenta cuando el «CABO MOLINA» portaba banderas de  esperanza en la Asociación de Caficultores, en la Federación Campesina o en el Comité de lucha por hacer que el Poder Legislativo le otorgara a aquellas hermosas montañas el rango de Distrito junto al Presbítero Heberto Ruiz, el Doctor Urbano Salcedo y Carmelo Márquez.

Como los grandes campesinos de nuestra tierra ADRIAN APARICIO MOLINA dedicó toda su vida a construir una impronta de hondura y de testimonio de servicio. Gracias a su generosa compañía compartimos con los habitantes de esa tierra «la alegría de nuestras alegrías y también la alegría de nuestros dolores».

Al conocer su partida a la patria de la eterna primavera, volvimos a ascender al páramo de El Zumbador tras las huellas de la nieve en un nuevo peregrinaje de esperanza. Es una tarea mística por la síntesis de simbolismo espiritual que encierra volver a transitar por estas montañas de esperanza ya que permite liberarnos de muchos sinsabores en busca de una meta elevada donde sólo la soledad y la nieve confirman la armonía del peregrino.

Ahí entre flores y neblina aparece las cumbres de El Zumbador, un lugar por donde pasamos muchas veces, un espacio donde las nubes destilan gotas tan valiosas como piedras preciosas. En estas alturas se resguardan manantiales de vida. Por ahí debe estar el «CABO MOLINA» cuidando este santuario de la creación que nos regalan aire puro y agua cristalina. Con razón desde tiempos antiguos los pueblos colocaron las divinidades en los montes. En algún momento solemne de su vida, Miguel de Unamuno afirmó que «El cuerpo se limpia y restaura con el aire sutil de las alturas y el alma se limpia y se restaura con el silencio de las cumbres».

En medio de una constante llovizna avanzamos hasta Queniquea. Sólo quien visita estos paisajes conoce la garúa y entiende el significado terco y obstinado de la palabra pertinaz, que es un paciente destilar porque las gotas no parecen venir del cielo, sino por el contrario están inmóviles desafiando la gravedad, de frente, abofeteando los rostros, porque  la bruma es una mano con un guante hecho de viento helado, como sucede en la vida, para ver el arco iris tenemos que aguantar la lluvia.

En todos estos lugares aparecen las huellas de «DON APARICIO MOLINA». Este recorrido lo hicimos en medio de un hermoso balance de sentimientos. En este peregrinaje de la vida transitamos entre lágrimas y sonrisas. Lágrimas para purificar los corazones y risas para llenarlos de alegría. Aferrarse a un extremo puede ser devastador; por ello el camino de la vida debe ser recorrido en medio de los pilares de la claridad y de las sombras. La tempestad se apacigua luego de empuñar con coraje nuestros sentimientos,  una lágrima y una sonrisa son la pintura y el lienzo que da color a nuestra existencia, son las notas graves y agudas con las que debemos escribir la melodía de la vida de este hombre a quien identificamos como «EL JARDINERO DE QUENIQUEA»